martes, 5 de abril de 2011

De los cuatro sobrevivientes dominicanos de la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo de 1959, sólo Poncio Pou Saleta incursionaría, aunque de forma superficial, en el quehacer político postrujillista. Según narra él en su autobiografía, En busca de la libertad (1998), nació en la Ciudad Corazón, Santiago de los Caballeros el 31 de enero de 1922, dos años antes de la desocupación militar norteamericana, y se desenvolvió en un hogar liberal y democrático. Su abuela materna, Melania Pichardo (Mamanana), era hija del combatiente restaurador Rodolfo Pichardo y nieta del prócer y héroe de la Batalla del 30 de Marzo de 1844 Fernando Valerio. Ella regularmente narraba las hazañas de estos patriotas para orgullo del niño Poncio Pou Saleta. Estas narraciones disminuyeron a partir de 1930 porque ascendió al poder el dictador Rafael Leonidas Trujillo y horrorizó hasta la imaginación de los habitantes.

El niño Pou Saleta ahora escuchaba por lo bajo a su padre, Julio Victoriano Pou Pérez, quejarse del despotismo reinante, radicalmente opuesto a los ideales democráticos de la familia. Estas quejas, Julio Victoriano Pou las compartía con sus amigos, con quienes, implícitamente, fue creando un grupo de desafectos. Influenciado por este malestar paterno, cimentado en la rebeldía de su descendencia materna, Pou Saleta, con apenas doce años empezó a accionar contra el régimen sirviendo como mensajero de la incipiente resistencia santiaguera encabezada por los estudiantes normalistas. Pero sería dos años después que un hecho trazaría definitivamente su destino: Trujillo, utilizando al esbirro cubano machadista, José García, desapareció a Julio Victoriano Pou igual que a otros compueblanos desafectos. El ya adolescente Pou Saleta decide luchar mientras vida tenga contra la dictadura.

En los inicios de ésta era muy difícil combatirla desde dentro, dado su efectivo servicio de inteligencia y la ignorancia política y analfabetismo de la población. Paradójicamente Pou Saleta, conspirando, llegaría a los veinte años sin ser aparentemente detectado. A los veintiuno, junto a otros compañeros, creó la revista Atalaya con el fin de divulgar los ideales de la resistencia. Ellos alcanzaron a publicar cinco ejemplares, lo que originó una persecución tenaz contra los editores. Pou Saleta, huyendo, se refugió en Mao, donde trabajó en la factoría de arroz de Huberto Bogaert. Allá lo fueron a apresar en 1943 luego de que la seguridad del Estado allanara la casa de un complotado en Santiago y le encontrara una carta firmada por Poncio Pou Saleta en la que afirmaba, la culebra había que darle por la cabeza. Huelga decir que la culebra era Trujillo.

Siete meses después, tras el dictador participar en un acto oficial en la Ciudad Corazón, sorpresivamente visitó al hermano de Poncio, Expedy Pou, íntimo de Ramfis. La madre de los Pou, Mercedes María Saleta, que estaba presente, intercedió, con éxito, ante el Jefe para que liberaran al hijo.

Así regresa éste al escenario de la lucha y se integra a la Juventud Democrática (JD), filial en sus inicios del Partido Socialista Popular (PSP). La JD era una organización compuesta por jóvenes valiosos pero indiferentes a la lucha armada. Ellos salieron a la luz pública de manera legal en 1946 aprovechando el interludio de tolerancia inaugurado por la dictadura debido al resurgimiento de la democracia tras la Segunda Guerra Mundial.

A través de la JD, Pou Saleta adquirió más preparación intelectual gracias a los libros que le prestaron, uno de los cuales, La Madre de Máximo Gorki, lo dejó encandilado porque coincidía ideológicamente con los personajes. Asimismo formó células, escribió en las paredes consignas contra la tiranía, distribuyó periódicos, folletos, volantes e incluso pronunció un discurso moderado, leído en un acto celebrado en el Estadio Enriquillo de Santiago, donde terminó improvisándolo porque un asistente le arrebató el papel. Entonces, ante el asombro pavoroso de sus compañeros, denunció los crímenes y atrocidades de la dictadura.

Pero la pantomima liberal decayó al poco tiempo y a Pou Saleta volvieron a encarcelarlo, esta vez junto a Julio Raúl Durán, cofundador de la revista Atalaya, quien moriría mártir en la expedición del 14 de junio del 59. Preso, duró dos años y cuatro días, después regresó a su pueblo con la orden de reportarse a diario a las ocho de la mañana al cuartel general de la policía. Como era vigilado las veinticuatro horas del día, temiendo que lo desaparecieran igual que a su padre, decidió asilarse. Primero pensó en la embajada de Venezuela porque en ese país tenía familiares, mas al estar custodiada y bloqueada por agentes, eligió la de México. Ayudado por su compañero Juan José Cruz Segura, alma de la JD, entró a la sede y no sólo logró el salvoconducto deseado, sino que además el embajador le sirviera de intermediario para que el viaje fuera a Venezuela.

Como epílogo doloroso del asilo, el inocente chofer de carro público Emilio Montano Deschamps Mercado, que por casualidad conversó con Pou Saleta en Santiago la noche anterior a su huída, fue asesinado porque creyeron, erróneamente, que lo había trasladado a Ciudad Trujillo. Al cadáver, encontrado en la carretera que conduce a San José de Las Matas, le colocaron un letrero amenazador en el pecho que expresaba, ESTO LE PASARÁ A TODOS LOS QUE LE PRESTEN SERVICIOS A LOS ENEMIGOS DEL GOBIERNO.

En Venezuela Pou Saleta se casó con Josefa María León Araújo (Chepi) con quien procrearía cinco hijos. Además lucharía contra el dictador Marcos Pérez Jiménez, e integrado al exilio antitrujillista, fundaría la Unión Patriótica Dominicana (UPA). En la ciudad de Acarigua, ubicada en el centro-oeste venezolano, conoció a Enrique Jiménez Moya, hombre dinámico, decidido, nacido en Santo Domingo el 27 de agosto de 1913, participante de la frustrada expedición armada de Cayo Confites contra Trujillo, y en Venezuela, de la resistencia contra el despotismo jimenista que caería en 1958. Entre ambos revolucionarios hubo empatía. Pou Saleta estuvo de acuerdo en encargarlo de transportar en avión a la Sierra Maestra de Cuba pertrechos bélicos aportados tanto por el gobierno provisional de Venezuela como por la UPA para la guerrilla de Fidel Castro que intentaba derrocar la tiranía de Batista. Asimismo debía entregarle a Fidel una carta en la que se le pedía, de triunfar la revolución, preparar junto con la UPA una expedición armada hacia Santo Domingo. El avión, en el cual también iba Manuel Urrutia Cleó, futuro primer presidente de la Revolución Cubana, aterrizó con éxito en un aeropuerto de campaña preparado por la guerrilla castrista. Aunque a Jiménez Moya, Fidel le informó que no tenía que exponerse en los combates porque era un emisario, intervino en ellos, y fue herido de gravedad en la batalla de Mafo. Lo operaron en un improvisado hospital rebelde, del cual no salió recuperado del todo y sería ascendido a capitán. Fidel sentiría por él un gran afecto y consideración por su arrojo y valentía.


Luego del triunfo de la revolución, Jiménez Moya se licenció del ejército rebelde para dedicarse en cuerpo y alma a la liberación de su país. Regresó a Venezuela y contactó a Pou Saleta y demás activistas del exilio y les informó que Fidel estaba muy entusiasmado con el proyecto expedicionario dominicano. Pronto ultimarían los detalles. En efecto, al visitar Venezuela el 23 de enero de 1959, el líder de la Revolución Cubana les manifestó estar dispuesto ayudarlos en todo y les recomendó hacer el movimiento con los propios dominicanos, pues “el de Cayo Confites fracasó porque la mayoría de los combatientes éramos cubanos”. Puso como condición a su ayuda que el comandante en jefe del proyecto fuera Enrique Jiménez Moya y todo lo referente a la expedición y cualquier otro asunto dominicano debía ser tratado a través de él.—Esta condición fue aceptada sin objeción.

Una vez ultimados los detalles, empezaron a trasladarse a Cuba los patriotas quisqueyanos, al campamento guerrillero ubicado en la finca Mil Cumbres, de la provincia Pinar del Río, donde Pou Saleta sería designado comandante del pelotón Juan Pablo Duarte. Las organizaciones que respaldaron el proyecto formaron el Movimiento de Liberación Nacional (MLD), y a la división armada la llamaron Ejército de Liberación Nacional (ELN) comandado por Enrique Jiménez Moya. Fidel nombró al legendario jefe guerrillero Camilo Cienfuegos coordinador de la base de operaciones y al decir de los participantes, compartía sus mismos entusiasmos, dedicación y solidaridad. Ellos eran 263 combatientes de diferentes nacionalidades, de los que sólo 198 participarían en la epopeya primaveral.

La expedición, dividida en tres grupos, irrumpió en República Dominicana en el mes de junio de 1959: uno en avión por Constanza, otro en la lancha Carmen Elsa por Maimón y el tercero en la nave Tinina por Estero Hondo. Pou Saleta vino en el de Constanza junto a 53 combatientes y tras una escaramuza contra los soldados de la pequeña pista de aterrizaje se internaron en el monte. Como desconocían el terreno, involuntariamente se dividieron en dos grupos, el primero dirigido por Jiménez Moya y el segundo por el cubano Delio Gómez Ochoa, veterano de la Sierra Maestra. El asedio del ejército trujillista impidió que se reagruparan. Seis días después arribaron los del yate Carmen Elsa, que eran 96 expedicionarios y los de la nave Tinina, que eran 48. El enemigo los recibió con el fuego de la aviación, de la marina y de la infantería, pues los esperaba. Los que lograron pisar suelo patrio, carecían, como en general el ELN, de una táctica y una estrategia adecuada, así como de un frente interno; de un partido capaz de ayudarlos desde la ciudad. El ELN únicamente se ocupó de imitar al modelo cubano, olvidando la realidad dominicana, y en vez de acumular fuerzas en la zona guerrillera, esquivando el enfrentamiento, lo afrontó con decisión y contra un ejército inmensamente superior en número de hombres y poder de fuego; un ejército que en nada se parecía al desmoralizado de Batista, y éste corrupto taquígrafo tampoco era ni la sombra despiadada y sagaz de Trujillo. El tirano venció a los patriotas en aproximadamente veinte días, y cumplió su promesa draconiana, de que si venían volarían sus sesos y barbas como mariposas. Los que cayeron prisioneros o heridos se les sometió a las más bárbaras torturas antes de matarlos, a excepción de Pou Saleta, Francisco Medardo Germán, Mayobanex Vargas y Vargas (Nené) y Alfredo Almonte Pacheco, quienes estuvieron en el grupo de Delio Gómez Ochoa y rendidos por el hambre se entregaron a las autoridades. Los cuatro tuvieron la increíble suerte de ser fotografiados por la prensa internacional que seguía el hilo de los acontecimientos porque los consideraban una extensión o exportación de la Revolución Cubana (Pou Saleta, sin embargo, cree que no lo asesinaron porque andaban con Delio Gómez Ochoa, hombre de la guerrilla de Fidel, otros afirman que específicamente a Poncio, que por demás era reincidente, no lo eliminaron porque era hermano de Expedy Pou). Para denunciar esta exportación de la revolución fidelista, Trujillo les preservó la vida también a los cubanos Delio Gómez Ochoa y Pablito Mirabal. De los restantes 192 asesinados, el Comandante en Jefe, Enrique Jiménez Moya, exhausto y sin estar en óptimas condiciones físicas por las heridas sufridas en la Sierra Maestra (los médicos le habían recomendado no participar en la guerrilla), había sido apresado por los propios campesinos que vino a liberar, y luego sería fusilado y su cuerpo desaparecido por los soldados.

Pero la derrota militar de la expedición se convertiría en un triunfo político que determinaría el principio del fin a corto plazo de la tiranía. Parafraseando el título del texto testimonio del comandante Delio Gómez Ochoa, realmente fue La victoria de los caídos (1998), cuyos ejemplos heroicos servirían de base al Movimiento Revolucionario 14 de Junio liderado por Manolo Tavárez Justo que se propuso derrocar la dictadura por la vía insurreccional.

Pou Saleta, antes de ser indultado debido a la presión nacional e internacional, estuvo siete meses preso en las ergástulas frías y oscuras de La Cuarenta y de La Victoria. Su hermana Luz Pou lo recluyó en una habitación del Hotel Mercedes de Santiago propiedad de ella y de su esposo José Riggio, lo que no lo eximiría de un posible ataque criminal como a Alfredo Almonte Pacheco, a quien desaparecieron. Ante esta situación tan tensa, tan delicada, Pou Saleta determinó salir del país y continuar la lucha en el exterior. Como prácticamente era imposible asilarse, optó por enviarle un telegrama a Trujillo solicitándole una audiencia para pedirle su autorización de salida y al no obtener respuesta (Cfr. En busca de la libertad, pag.206), se dispuso aprovechar la megalomanía del Jefe enviándole una carta llena de frases elogiosas y rogarle a la vez, respetuosamente, que le facilitara la salida del país para reunirse con su familia compuesta por su esposa y tres hijos, “que es lo que más anhelo en este mundo”. El tirano mordió el anzuelo y tras publicar la misiva en la prensa le permitió partir hacia el exterior. El expedicionario se dirigió hacia Nueva York, de donde partió a Caracas, a reencontrarse con los suyos. Al ser ajusticiado el dictador el 30 mayo de 1961, Poncio pou regresó al país coronando así su vida en luz, en gloria histórica; ahora le tocaría a la de la oscuridad.

En los dieciocho meses posteriores, en el país se sucedieron los siguientes acontecimientos: Uno, expulsión de los remanentes del trujillismo. Dos, instauración del primer Consejo de Estado presidido por Joaquín Balaguer. Tres, instauración del segundo Consejo de Estado presidido por Rafael F. Bonnelly. Y cuatro, elecciones generales celebradas el 20 de diciembre de 1962.

Estas elecciones las ganó libre y ampliamente Juan Bosch, candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), movimiento fundado en el exilio el 21 de enero de 1939 con la finalidad de combatir la dictadura. El segundo lugar lo ocupó la Unión Cívica Nacional (UCN), organización neocolonial planeada en Washington con la participación de Donald Read Cabral y con el apoyo del grupo económico Vicini, pulmón de la oligarquía criolla. La UCN, guiada por Norteamérica, utilizó una retórica rabiosamente antitrujillista, que suscitó la admiración y el apoyo de los sobrevivientes ajusticiadores del tirano, Antonio Imbert Barreras y Luis Amiama Tió, con quienes Pou Saleta se identificaba totalmente y por ende adversaba a Bosch, que contrario a la UCN, utilizó en la campaña electoral una retórica de consenso, y tácticamente lanzó la consigna de borrón y cuenta nueva porque sabía, con justeza, que para ganar las elecciones necesitaba el voto de los trujillistas; táctica exitosa que nunca comprenderían los antitrujillistas a ultranza como Pou Saleta. Pero ¿era la UCN un auténtico partido político? Claro que no; la UCN era una farsa, una mascarada cuyo objetivo esencial era adueñarse del poder de una forma u otra para entregarles a sus representantes oligarcas los bienes de Trujillo a través de los cuales se convertirían en burguesía dependiente del capital norteamericano. Por esta razón, teniendo pleno dominio del segundo Consejo de Estado, planificaron el derrocamiento de Bosch desde antes de que ascendiera al poder. Los ajusticiadores y su ciego seguidor Pou Saleta, lo mismo que otros connotados antitrujillistas como Julio Ornes Coiscou, Viriato Fiallo, Juan Isidro Jimenes Grullón, Mario Read Vittini y Enrique Taváres Espaillat se adhirieron con pasión a la causa villana de la UCN con lo que demostraron que deseaban derrocar al tirano sólo para calzarse sus botas y disfrutar del poder oligárquico.

Esta postura conspirativa de Pou Saleta, sin embargo, es contradictoria pues su máxima aspiración política era la democracia resumida en el Programa Mínimo traído por los expedicionarios, y resulta que Bosch en su gobierno, aunque corto, lo superó, ya que solidificó la democracia y la soberanía nacional, promovió la enseñanza laica, rescindió contratos lesivos para el país suscritos con empresas imperiales, instituyó la Constitución más avanzada de la historia dominicana, pagó la deuda externa, frenó la corrupción, impidió la continuación de los monopolios comerciales locales obstaculizadores del desarrollo económico, promulgó para beneficio del país la ley tope del azúcar y se negó a unirse a la guerra santa contra Fidel. ¿Por qué entonces Pou Saleta apoyó el complot? Porque era un antitrujillista autómata, visceral, cuya limitada capacidad de análisis, de estudio e inconsistencia ideológica lo había conducido hacia el ultraderechismo, a defender una clase a la que no pertenecía y de ahí a odiar irracionalmente a todos los que como Bosch se opusieron al proyecto expedicionario. A la periodista Ángela Peña, él le confesó (ver diario Hoy, 15 de junio del 2003, p.10B) su participación en la conjura septembrina, sus reuniones con la guardia en el propio Palacio Nacional y su colaboración con Imbert Barreras y Ramón Tapia Espinal. “Estábamos locos por salir del ovejo del carajo ese”, afirmó encolerizado, “que se había opuesto a nuestra expedición —y miente al continuar— que celebró el fracaso, llamándonos aventureros”. Ratificó que si hoy la historia y la circunstancia fueran similares, actuaría de la misma forma.

Con estas expresiones, Pou Saleta termina de mancillar irremediablemente su honra histórica. Cuán penoso resulta su proceder, tanto esfuerzo, tanta lucha para terminar convertido en un odiado golpista, cuán penoso resulta su proceder…Pero lo peor aún faltaba por ocurrir.

Regresando a la entrevista con Ángela Peña, él se refirió también a Francisco Alberto Caamaño Deñó y a Rafael Fernández Domínguez, líderes que lucharon contra la segunda intervención armada de Estados Unidos. Afirmó, a viva voz que no apoyaba a ninguno de los dos, porque sus padres fueron estrechos colaboradores del sátrapa.—En efecto, los había combatido en el transcurso de la guerra patria de 1965. En ella, Pou Saleta cooperó con el apócrifo gobierno llamado de Reconstrucción Nacional formado por las tropas interventoras y presidido por el émulo de Pedro Santana, Antonio Imbert Barreras. Norteamérica inventó esta pantomima de régimen porque los constitucionalistas tuvieron la iniciativa, el 3 de mayo, de crear un gobierno legal aprobado por la Asamblea Nacional y encabezado por Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Pou Saleta, convertido ya en traidor a la patria, llamaba por teléfono en las noches a su amigo José Eligio Bautista, mejor conocido como Mameyón, en pie de guerra en la zona constitucionalista, y lo ponía hablar con Imbert Barreras. Éste, con voz quejumbrosa y paternal le decía: “Mi hijo, cómo es posible que tú, en vez de estar aquí conmigo, estás allá, con los comunistas de Ciudad Nueva. Cómo es posible… Ven, ven para acá, que es aquí donde debes estar”. “Hay demasiada sangre de por medio, general”, le contestaba Mameyón calmado pero con firmeza. Imbert insistía…Otras noches Pou Saleta llamaba a Mameyón sólo para alertarlo de que saliera pronto de la zona constitucionalista porque la iban a bombardear. “Anda, date rápido si quieres salvar la vida”. Mameyón no le prestaba atención hasta que en la mañana del 15 de junio cayeron en el área una lluvia de morteros y proyectiles lanzados por los invasores al tiempo que se reiniciaban los combates. Al principio no sabía las razones porque regía un cese al fuego, pero antes de media mañana se enteró que los marines reiniciaron los ataques porque pretendían resolver el problema dominicano en seis horas tomando el resto de la ciudad más antigua de América y aniquilando a los patriotas que defendían el decoro, la soberanía, la dignidad y la independencia de su país. La orden general impartida por Caamaño, para la amargura de Imbert, Poncio y demás enemigos estacionados en el lado norteamericano, fue resistir hasta el fin en cada una de las posiciones. Es preferible morir mil veces antes de que cederle un milímetro del sagrado suelo patrio al invasor.—Y así lo hicieron. Los marines derrotados, al otro día volvieron a intentarlo inútilmente.

Pou Saleta estuvo al lado de Imbert el 30 de agosto de 1965 cuando dimitió su pseudo gobierno para cederle el espacio al de Héctor García Godoy, quien, según los acuerdos firmados en el Acta de Reconciliación Nacional, convocaría elecciones para mayo de 1966 aún con las tropas interventoras en el país, lo que de por sí invalidaría el escrutinio. Después, el expedicionario del 59 se dedicó a las inversiones empresariales y a la educación de sus hijos junto a su queridísima esposa Josefa Chepi Araújo. Con el pasar de los años no dejaría de realizar actividades que mantendrían vivo los ideales democráticos que impulsaron a la lucha a sus compañeros del exilio, y como a él solo lo juzgarían por su osadía heroica expedicionaria, dejando de lado su vanagloriada participación en el golpe de Estado y su traición a la patria, recibiría en el 2002, de manos del presidente Hipólito Mejía la condecoración con la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella, y en el 2005 el cabildo de Santiago de los Caballeros rotularía la avenida Monumental con su nombre. Cinco años después, el 21 de agosto, falleció cristianamente rodeado de los suyos, y el presidente Leonel Fernández declaró el día de duelo nacional y dispuso que la bandera nacional fuera colocada a media asta en los recintos militares y oficinas públicas. Al día siguiente sería enterrado con honores militares. Esa es la postura tradicional de los jefes de estado dominicanos después de que a finales del siglo XIX el dictador Lilís dijo: “no me meneen los altares, para que no se caigan los santos”.

Edwin Disla, 21 de marzo del 2011.


El autor es Premio Nacional de Novela 2007.